Cumplieron, pero... ¿lucieron? (I)
Por nombres, por momentos de forma, y por sus resultados en
la fase clasificación, las selecciones de Bélgica y Colombia llegaban a Brasil
como los aspirantes a ser el tapado del torneo. Tanto los europeos como los sudamericanos
habían faltado a las dos últimas ediciones. Aun así, los octavos de final eran,
quizá, un objetivo poco ambicioso para ambos, y eran los cuartos los que marcaban
la frontera entre el éxito y la decepción.
Los cafeteros estaban encuadrados en un grupo bastante
asequible, con selecciones poco competitivas. Además, en su debut, se encontraron temprano con un gol que les
dejó demasiado pronto con el partido de cara. Lo que hicieron los hombres de Pekerman no
fue esconder el balón, ni asentarse en campo contrario para controlar el
partido y defender – o tratar de aumentar -
su ventaja. Lo que hicieron fue retrasar líneas, replegar, ceder la
iniciativa a Grecia y esperar. La segunda parte gozaron de más protagonismo los
jugadores colombianos, pero el resultado de cero a tres fue excesivo, no en lo
relativo a la diferencia de calidad entre ambos equipos, pero sí en cuanto a lo
que propuso cada uno sobre el césped.
Tampoco contra Costa de Marfil vimos una Colombia valiente y
alegre. Por el contrario, vimos una selección preocupada por juntar líneas en
campo propio, cerrar los carriles centrales a los africanos y mantener el orden,
a la espera de algún contragolpe. La entrada en el campo de Quintero y fallos
individuales del rival fueron lo que permitió tomar ventaja a los americanos,
que con el dos a cero se atrincheraron en el área.
Para cerrar el grupo, Pekerman sacó lo que podríamos llamar el "equipo B”. Aún con
distintos jugadores, el plan fue muy parecido, y tuvo que ser Japón quien
llevase la iniciativa mientras los cafeteros jugaban a no desordenarse y esperar
su momento. El recital en la segunda parte de un James Rodriguez que empezó el
partido en el banquillo, aprovechando los espacios que los japoneses dejaban
atrás, junto con la inspiración goleadora de Jackson Martínez, arrasaron con los nipones.
Así, con los nueve puntos en el bolsillo, Colombia
había demostrado ser un equipo sólido,
ordenado y muy competitivo. La rocosidad en el centro del campo, con la pareja
de centrales Yepes y Zapata, más el mediocampo de contención con Abel Aguilar y Carlos “La Roca” Sánchez,
era un duro escollo para los rivales, pero como contrapartida, dejaba poco
espacio a la imaginación y el arte. Estos venían de los costados, con unos
laterales profundos y ofensivos (Zúñiga y Armero), a los que se unían la capacidad
de sorpresa de Cuadrado desde el interior derecho, peligroso desbordando por banda y desequilibrando por
dentro, y la magia de un James Rodríguez que partía de la izquierda, pero
tiraba la diagonal al centro para asociarse con sus compañeros y desarbolar
defensas. Hay que añadir, también, que
la pareja de delanteros no se caracterizaba por su capacidad asociativa, y
tampoco por un exceso de pegada arriba. De
esta forma, si bien el orden defensivo era una cuestión de equipo, la producción ofensiva era, más que
una cuestión de mecanismos colectivos, cosa de la inspiración de James y
Cuadrado.
Los octavos de final obligaron a los hombres de Pekerman a
cambiar su discurso. Enfrente estaba una selección uruguaya –sin Suárez- que no
dudó en regalar el balón y plantarse con nueve jugadores delante de sus
portero. Esto permitió caracterizar al conjunto colombiano. Sin capacidad de
generar desborde y profundad desde el juego colectivo, los uruguayos fueron haciéndose con el control de la situación
simplemente protegiendo su portería. Los cafeteros no podían más que encomendarse al desequilibrio de Cuadrado y al
talento de James. Una vez que este último puso en clara ventaja a su equipo,
Colombia demostró no sentirse incómoda replegando
para esperar a la contra. Así, se echó atrás, cedió el cuero a los de
Tabárez, incrustó a “La Roca” entre los dos centrales y permitió a Uruguay,
que no tenía fútbol suficiente en las botas como para haber disputado la
posesión a los colombianos, meterse de nuevo en el partido y acariciar el gol.
Eliminada del torneo por la anfitriona en cuartos, Colombia puede irse con la cabeza bien alta. Los resultados están ahí, y son excelentes,
pero también es cierto que la selección hizo gala durante el torneo de más
pragmatismo que vistosidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario