Cumplieron, pero... ¿lucieron? (II)
Bélgica no esperaba pasar muchos
apuros en su grupo. Era un equipo que contaba en sus filas con dos estrellas de
talla mundial: el mejor portero de la liga española, Courtois, y uno de los
tres mejores de la Premier, Eden Hazard; así como con jugadores que habían hecho una
sensacional temporada en las principales ligas europeas, como Lukaku y
Mirallas, en el Everton, o Mertens en el Nápoles; y a ellos se les unían
jugadores con temporadas decepcionantes, pero aun así, de gran calidad y
potencial, como era el caso de Alderweireld, De Bruyne o Fellaini. Por tanto, las
débiles Argelia y Corea, y la joven Rusia, no parecían un obstáculo difícil
para acceder a los octavos.
Sin embargo, el debut de los de
Wilmots fue un tanto decepcionante. Aunque gozaron de la posesión del balón
durante casi todo el encuentro, fueron incapaces de convertir esa posesión en
superioridad, y la poblada defensa argelina no tuvo problemas en secar las
ofensivas belgas. Los africanos controlaban la situación, es más, sus robos de
balón generaban contragolpes que ponían en serios a puros a los europeos. Pero,
en la segunda parte, el bajón físico, y
por tanto, de intensidad en defensa, de los africanos, y la labor de De Bruyne
y Mertens en banda, pusieron el partido de cara para Bélgica. Pese a la
victoria, dio la sensación de que el equipo no iba, de que ese conjunto de jugadores
no se complementaba para potenciar la calidad individual de cada jugador y
construír un gran equipo. El juego no era fluído, las posesiones no generaban
ventajas y las pérdidas de balón hacían sufrir demasiado en defensa. Además,
los cuatro zagueros jugaban como centrales en sus respectivos equipos, lo que
disminuía la posibilidad de una eventual llegada por banda desde atrás de los
laterales Vertognen y Alderweireld. Una
tónica parecida siguieron los demás partidos del grupo, y más que por acción
colectiva, los belgas lograron los nueve puntos a base del empuje de sus
individualidades. Además, el delantero Lukaku no encontraba el gol y Origi era
quien partía con ventaja para formar en el once inicial en las eliminatorias.
Los octavos
contra Estados Unidos fueron el punto álgido de esta selección en el torneo. Aunque
no vimos al mejor Hazard, jugadores más secundarios sí consiguieron entregar el
control de partido a Bélgica y las ocasiones de gol se sucedieron una tras otra.
Fue milagroso –ese milagro se llamaba Howard – que los noventa minutos
terminaran en un empate sin goles. La superioridad belga, más que a partir de la posesión, se edificó en la capacidad de los hombres de arriba de aprovechar los espacios con su velocidad. En la prórroga, Lukaku, pero sobre todo De
Bruyne, metieron a su selección en cuartos de final. El objetivo estaba cumplido.
Pero fue el partido contra Argentina el que evidenció todas las
carencias que aún tiene el equipo de Wilmots. Fue un encuentro bastante más
cómodo para la albiceleste de lo que se suponía. El centro del campo de Bélgica fue incapaz de disputar la posesión del
balón, incapaz de robar e incapaz de salir rápido buscando la velocidad de los
jugadores de arriba, como a este equipo le gusta hacer. El partido fue plácido
para los sudamericanos, que escondieron el balón y no sufrieron en defensa. La
reacción de Bélgica al gol de Higuaín fue nula, y tan sólo cuando el cronómetro
se acercaba al minuto noventa fue capaz de hacer un esfuerzo para empatar. Pero
ese esfuerzo no vino de utilizar a
jugadores como Mertens, Mirallas o Hazard para combinar y generar profundidad,
sino que fue una demostración de las escasa capacidad colectiva de este equipo
para crear peligro: el recurso al que recurrió Wilmots para acercarse al área
argentina fue juntar en el área a torres como Lukaku, Alderweireld y Fellaini,
y colgar balones. Uno tras otro, buscando el azar de un rebote. Fue inútil.
Si bien el talento individual,
más en ataque que en defensa, de los jugadores de la selección belga está fuera
de toda duda, y de hecho, se espera que la mayoría de ellos aún sigan
progresando, Bélgica como equipo no funcionó durante el torneo. Wilmots se
aferró a sus individualidades, pero no fue capaz de construír un bloque que
potenciase y complementase las virtudes de cada jugador, que escondiese sus
defectos y que fuese capaz de generar ventajas tácticas frente a los rivales
más potentes. Aun así, el objetivo está cumplido y la Eurocopa de Francia
dentro de dos años volverá a abrir de par en par las puertas de la historia a
esta selección. De su capacidad para armar un colectivo competitivo dependerá
el aprovechar o no esta nueva oportunidad.